La policía cercó con más de 1400 efectivos la Plaza de Oriente, lugar donde debería haber finalizado la marcha de manifestantes convocados por la Coordinadora 25S.
La actuación antidemocrática de la Delegación del Gobierno, comandada por la convaleciente Cristina Cifuentes, impidió el derecho de los manifestantes a transitar y concentrarse en la vía pública, dilucidando actitudes de otras épocas de las que son herederos, tanto esta Delegación de Gobierno, como la propia institución monárquica objeto de esta protesta ciudadana.
Recordemos que la Plaza de Oriente es lugar habitual de concentración de organizaciones de ultraderecha que celebran con impunidad el 20N todos los años desde la muerte del dictador.
Después del caso Urdangarín, después de las cuevas de ladrones de fondos públicos llamadas Aizoon y Nóos, después de las cacerías de elefantes, de osos, de ciervos, de jabalíes y de todo bicho viviente que no pueda devolver el tiro, después de las cifras de su fortuna, de los chanchullos fiscales, de los bancos suizos, del empleo dorado de la hija, también suizo y simultáneo a la desesperación por desempleo de más de un cuarto de la población española, después de tantas otras sospechas de corrupción cuyos detalles nos usurpan, por un lado, el férreo control del Estado y, por otro, la anacrónica e insultante inimputabilidad del Rey, el jefe para cuya enésima operación se saltan las listas de espera sanitarias; después de todo eso, el pueblo español, en pleno ejercicio de sus facultades soberanas, se queda una tarde de sábado viendo el fútbol. Como si lo impusiera Franco, tal y como nos impuso al Rey.
Porque no, aquí, en el Estado español (y no te digo ya en la capital del reino), somos así. Aquí no se moviliza ni Dios más que para mandar una tromba de agua que asegure el apoltronamiento de la gente. Aquí nos humillan y nos da pereza salir a denunciarlo. Aquí nos roban y bajamos la cabeza. Aquí nos dan el palo y ponemos la otra mejilla. Aquí nos mienten y ponemos la otra oreja. Aquí nos desmantelan y se apropian de lo poco, acaso lo mucho, conseguido, construido, pagado, y no nos levantamos a defenderlo. Aquí los jefes se ríen de nosotros y nosotros reímos las gracias a los jefes. Aquí el abuso es institucional y a quienes protestan los llaman radicales. No es radical la desvergüenza, lo son quienes la señalan con el dedo.
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